viernes, 4 de octubre de 2013

MI HOTEL EN REPÚBLICA DE CUBA

                                                              © Para recordar mejor. Ciudad de México (1999).


      Mtro. Antonio Cruz Coutiño/Areópago
     
Al buen Pepe López Arévalo. In Memoriam



     Bien. Por fin ha llegado el día de escribir sobre República de Cuba, una de mis calles preferidas de la ciudad de México, mero en el centro, en el casco histórico del Distrito Federal. Calle que inicia en el Eje Vial Lázaro Cárdenas, antigua San Juan De Letrán. Corre hacia el Museo de la Luz, justo en donde es renombrada San Ildefonso. La misma del antiguo Colegio de Medicina, asiento originario de la Universidad Nacional. República de Cuba, paralela a la calle de Donceles, santuario de las librerías de viejo, cámaras, insumos y demás trebejos fotográficos. República de Cuba, calle en donde hoy se concentran los negocios asociados a las artes gráficas: tintas, colores, papeles, cartulinas, películas, refacciones, negativos y un vasto etcétera.
    Me encanta esta calle, pues desde 1985 cambio mi domicilio intermitente al Hotel La Habana, ubicado aquí, entre las avenidas República de Chile y Palma Norte. Año en que el Hotel Mariscala (detrás del Teatro Hidalgo, junto a Bellas Artes) es dictaminado inservible, tras el terremoto que devasta a los defeños. Hotel que fue mi paradero, hasta que es sustituido por el Habana, dada su proximidad; cercano incluso a los negocios de la familia. Desde entonces se convierte en mi casa de la Ciudad de México.
Lugar en donde siempre tengo las puertas abiertas; la sonrisa afable de Santiago el viejo o Santiago el joven; así llegue sólo o acompañado, briago o en juicio, de noche, de mañana o por la madrugada.Aunque el espacio público que jalona la calle es la Plaza de Santo Domingo —lugar en donde conviven la Corregidora apoltronada y sus palomas, el majestuoso templo de Santo Domingo, el antiguo Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, los mil ofertantes de facturas, sellos de goma, impresos diversos y hasta por debajo de la manga… certificados de los que quieras, tan originales como desees— sobre la calle encuentras lo indispensable: sucursal de banco, farmacia, peluquería, nevería y jugos, una antiquísima aunque activa sala de cine pornográfico (con “funciones durante las 24 horas, los 365 días del año”), y hasta una oficina de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
    Frente al hotel… mi casa —mi Hotel Habana— hay un súper bien abastecido, con licores y buenos vinos, por ejemplo, luego dos o tres restaurantes de medio pelo, después el primo-hermano de éste, el Hotel de Cuba, y aquí y allá se ubican media docena de desplumaderos, entre los que destaca el Marrakech Salón: un antro gay, extrovertido, retro y hasta izquierdoso. Aquí se encuentra el Bar Río de la Plata, en la esquina de República de Cuba y Allende. Uno de los bares emblemáticos de la ciudad. Sus ricas y burbujeantes cervezas a granel (claras y obscuras de la línea Cuauhtémoc-Moctezuma) son delectables y baratas. Típicas sus porciones ordinarias, tarros y “bolonas” heladas, y ya ni se diga de sus botanas… casi platillos formales: paella suculenta y adornada, sopa de mariscos para chuparse los dedos, lomo al chipotle de poca madre.
     Cuentan que sobre la calle, muy cerca del eje vial, funcionó una de las arenas de box y lucha libre de los años cuarenta, hoy ahí mismo toda desvencijada, aunque que no logro identificarla por su nombre. Muy recién, más arriba, el gobierno del Deefe compró y rehabilitó un antiguo edificio, hoy convertido en oficinas y centro cultural. Provisto de biblioteca, café, bar y hasta un pequeño garash-teatro, en donde montan esketches, obras de teatro experimental y alternativo, aunque… en general esta fue hasta hace poco una de las calles más abandonadas del centro: mal iluminada y sucia, basura en las esquinas, muros escarapelados, derruidos; lúgubre en una palabra, y sin embargo, muestrario arquitectónico exquisito de herencia colonial. Provisto de edificios de tres y cuatro plantas de los siglos XVIII y XIX, varios convertidos en vecindades, multifamiliares sombríos y hacinamiento.
Pero lo más importante es una entre tantas peculiaridades del Hotel Habana. La disposición de sus pequeños e interiores patios o pozos de luz, conectados a los pasillos centrales de sus cuatro plantas y… la calidad de sus huéspedes: comerciantes, turistas nacionales y extranjeros, recién casados, parejas que dilapidan su “luna de miel”, amantes enfebrecidos y en general, parejas sensuales, amorosas, sexualmente cálidas e impetuosas. Disposición arquitectónica que junto a la voluptuosidad de los visitantes, convierte las noches del hotel, desde las diez u once, en plenas veladas de expectación, lujuria y vicio.
     Esto para quien desde los pasillos o desde su habitación silenciosa —no música, no radio, no televisión—, escucha atento, desde cualquier parte, los sollozos-siseos agitados de alguien, hembra divina seguramente, dueña, diosa y señora. Mezcla de llanto, sonrisa y agitación. Respiraciones entrecortadas, fuerza, estremecimiento y jadeo. E imagina todo: manos entrelazadas, éxtasis de miradas. Lenguas, labios y secreciones fundidas, cuellos y rostros sudorosos. Nalgas, torsos y muslos tensos, suplicantes. Tetas y sexos firmes, afiebrados. Amor, desamor y obscenidad. Excitación, lubricidad y sexo. Este es el Hotel Habana, el de mis querencias. El Hotel Habana de mis sueños... nuestros sueños.

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