jueves, 18 de julio de 2013

De Pepe el Toro a nuestros días: ¿En dónde quedó el buen cine?


•  Hoy sólo vemos cine de pésima calidad, en donde Brat Pitt pelea contra zombis, pero que no aporta nada a la cultura

•  Una familia prefiere comer sopa nissin que gastar en funciones; atrás quedaron las buenas producciones

 

      Eduardo Hernández/Areópago.
         
          ¿En dónde quedó el talento en la Meca del cine, por Dios? Se perdió sin duda en la ambición y el exagerado consumismo, ese dragón de nuestro tiempo, voraz e insaciable, que está alimentándose de nuestras sociedades lo mismo de niños, de adolescentes que de adultos. 
         La pregunta de entrada es porque recientemente no hemos visto nada nuevo en el celuloide, nada que francamente llame la atención, que valga la pena para pagar una entrada que en fin de semana puede costar hasta 65 pesos. El boleto tiene un precio de 64 pesos pero extrañamente lo redondean en 65. Ahí empieza el atraco que se prolonga en todo el recorrido.
            Ir al cine es un ritual pero es también un lujo que ya no está al alcance de todos, pues significa desembolsar un promedio de 300 pesos por ida. O más, dependiendo del número de personas que asista. Y si a usted le toca invitar le va peor. El gasto empieza en la taquilla y de ahí se traslada a la dulcería. Hay quienes prefieren los combos y quienes se van por los baguettes o las crepas. Las palomitas y el refresco jamás pueden faltar. Así que una familia de clase humilde no va a ir al cine, pues prefiere comer que efectuar un gasto oneroso.

            En Tuxtla hay colonias en los cinturones subdesarrollados, ahí a donde nuestro flamante alcalde Samuel Toledo Córdova Toledo jamás pondría un pie, cuyas familias se alimentan de sopa nissin. Comer sopa nissin para esas familias es un manjar, así que no están pensando en asistir al cine. Y aunque lo pensaran y quisieran, desgraciadamente sus posibilidades financieras se los impedirían.

            A diferencia de lo que ocurre en China en donde la gente llega por comer palomitas, en Tuxtla ir al cine para los que pueden darse ese placer es parte de una tradición, de una diversión que une a clanes y a amigos, que estimula romances y noviazgos. Así que las plazas capitalinas se convierten en días de fiesta, en auténticas romerías los días miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, principalmente.

            En honor a la lealtad de los cinéfilos es que las empresas dedicadas a la distribución de películas deberían preocuparse más, ser más exigentes para llevar al mercado un buen producto que finalmente deje satisfechos a las miles de personas que han tomado el cine como una religión.

            Tristemente no es así. Las grandes producciones han quedado atrás para dar paso a los llamados churros cinematográficos que no son otra cosa que cintas de mala calidad, pésimas, chapuzas sin contenido, alejadas del contexto social. El cine es también un emisario de educación y, por tanto, una fuente enriquecedora de la cultura de nuestros pueblos. No importa si es en Tuxtla o es en Singapur, por eso se le llama el Séptimo Arte.
            Mi padre me cuenta cómo eran las películas de antes, de  no hace muchos años. Yo tengo 23 y curso medicina en su etapa final, así que échele pluma de cuánto tiempo hablamos. La deducción es que, en día, el cine que nos ofrecen está asociado sin duda a la pérdida de valores y al mundo globalizado porque ahora a los hombres que hacen las grandes producciones en Hollywood,  ya no les interesa enseñar y mandar mensajes esperanzadores al mundo, sino simple y llanamente vender, hincharse de dinero. Por eso son multimillonarios y viven como jeques comiendo platillos exóticos y viajando en jets privados.
            Antes, dice mi padre, las películas eran auténticos regalos de sabiduría y de emoción. Estupendos rodajes como El Exorcista, lanzada a la pantalla en 1972 y tomada del libro del señor William Blatty que narra la posesión demoníaca de una adolescente, eran exquisitos platillos para los amantes de la pantalla grande.
          Otros thrillers como El Resplandor, con ese genio de la actuación llamado Jack Nicholson, fueron películas que marcaron un tiempo quizá, pero que no sólo tuvieron al espectador al filo de la butaca, sino que también pusieron a prueba su inteligencia y sirvieron como heraldo de la agitación, porque al ver la cinta uno empieza a trabajar la mente con la intención de hilar el rompecabezas y el corazón late más fuerte, se agita.  Y uno no se explica, paradójicamente, como es que un escritor cuerdo de pronto entra en la locura al grado de querer matar a su mujer y a su pequeño hijo.
PARA LLORAR…
            La ridiculez de hoy está enlazada a la codicia incontrolable de las compañías de Estados Unidos que son un monstruo que controla la industria y una máquina de generar dinero. Guerra mundial Z, por ejemplo, es una película en la que se abusa de la tecnología y se derrocha dinero (costó 190 millones de dólares), pero que no aporta nada a la formación de nuestros valores y de nuestras culturas. Estamos hablando de que el cine debe retomar sus orígenes y ser un factor de educación.
            La cinta está para llorar, aunque el gusto se rompe en géneros. Vemos a Bratt Pitt en una lucha inverosímil y peliaguda contra zombis  en escenas que están para saltar de coraje, no de emoción ni de sentimiento. Da tristeza ver al marido de Angelina Jolie en una película tan grotesca cuando le habíamos visto actuaciones soberbias como la que nos regaló en Troya dando vida al gran Aquiles, o un clásico del cine llamado Leyendas de Pasión. ¿Las recuerda?
         Titanes del Pacífico, Terror en la bahía, entre otras que publicita la cartelera de esta semana, reflejan la pobreza de talento en Hollywood. La Meca es una ciudad imponente y sagrada en Arabia Saudita. De ahí se bautizó a Hollywood como la Meca del Cine: porque es la manufactura más grande del Orbe, es decir, una ciudad sagrada para la producción de películas, aunque ahora irónicamente La India está despuntando en este arte.
         En este escenario calamitoso para el cine estadunidense da gusto ver que en México estamos avanzando en la materia. Tenemos un cine de mejor calidad y de mayor contenido.
         Así hemos visto excelentes trabajos como Infierno, con Damián Alcázar, La Ley de Herodes, también con Alcázar; El Extensionista, con el extinto Eduardo Palomo, recientemente Nosotros los nobles y varias otras. Hoy el cine mexicano ya no está inmerso en los escenarios de las ficheras, de los burdeles y de la vida nocturna del bajo mundo de la ciudad de México. Tampoco de las pulquerías o de aquellas amargas historias de Pepe El Toro que dieron al mexicano una imagen deplorable en el extranjero.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario