• El regreso del loco Salazar agita a los chiapanecos que lo encaran y le gritan ratero en San Cristóbal
• Pablo se olvida que el que busca encuentra y también que puede ser mandado otra vez a prisión por vándalo
• No hay antecedentes a la mano de que un ex gobernador se haya involucrado desafiante en el escenario de sus sucesores
Húbert
Ochoa/Areópago.
No es racional
el protagonismo exhibido por el ex presidiario Pablo Salazar Mendiguchía en las
últimas semanas. Primero fue en el estadio Víctor Manuel Reyna en el partido de
Jaguares y Guadalajara el sábado 27 de julio de 2013, a donde arribó en una
suburban blindada y con una escolta de al menos veinte hombres armados. Al
notar la presencia de ese sujeto odiado por muchos y amado sólo por cómplices,
los asistentes le entonaron una silbatina al unísono acompañada de mentadas de
madre porque las heridas de sus agravios todavía no cicatrizan.
El sábado 3 de agosto Salazar hizo de las suyas
nuevamente. Es un granuja. Arrebujado en una camisa color azul marino, olvidado
del uniforme naranja que vistió en el penal El
Amate en donde fue el preso 8476,
el ex gobernador (2000-2006) encabezó en San Cristóbal de las Casas un acto del
Movimiento Nacional Patria Digna orientado a tomar por asalto la dirigencia del
Partido de la Revolución Democrática a través de Carlos Sotelo, uno de sus
compinches.
La de ese sábado no es la única desaprobación a Salazar.
Siendo gobernador, Salazar hubo de soportar en más de una ocasión el pitido
generalizado en abierta censura a sus acciones draconianas, abusos e
ilegalidades que rompieron durante seis años el tejido social y fomentaron la
corrupción, la impunidad y los contubernios entre el primer círculo hasta convertir
en semidioses a sujetos como Mariano Herrán Salvatti, César Chávez Castillo,
Milton Escobar Castillejos, Mario Bustamante Grajales, entre otros.
Es la noche del 20 de noviembre de 2001. Engallado,
Salazar sale a la plaza cívica de Tuxtla para revolverse con la chusma en un
inútil afán de darse baños de pueblo porque, no obstante su ascensión al poder
en una alianza inédita de partidos que derrumbó a un candidato priísta
exageradamente amanerado y endeble, ya empieza a cosechar el repudio colectivo.
Miles le chiflan. Hay empujones. Su seguridad interviene
y lanza codazos a mujeres, hombres y niños. Una mujer cae ensangrentada por un
golpe en la nariz infligido por un guarura del gobernador Salazar. Le gente
grita. Le piden que se vaya. Lárgate gordo, ponte a trabajar, le dicen. El
grupo de guardaespaldas abre una valla. Despeinado y sudoroso, Salazar camina
veloz para alcanzar su despacho de palacio de gobierno que le queda a unos 70
metros. En la huida de liebre asustada se le caen los lentes. Un lacayo se los
recoge.
Sábado 20 de enero de 2002. Hincha del fútbol soccer al
grado de que el avión de gobierno (El Chamula) transportaba a sus hijos cuando
el equipo local jugaba de visitante, Salazar llega al estadio Víctor Manuel
Reyna que él se empeñó en construir por encima de las severas críticas del
pueblo y de organismos defensores de los derechos humanos que, con razón, consideraron insensato desembolsar más de 50
millones de pesos en un estado abatido por la pobreza y el hambre en las
comunidades.
Sobre el césped están el Atlético Chiapas y el
Correcaminos de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. El estadio está
atiborrado por la pasión futbolera. Lo ven entrar. Y entonces la afición se
centra en su persona y se desata un abucheo que duró casi cinco minutos. Las
gradas se cimbran. Salazar constriñe el rostro. Está encabronado, no lo puede
ocultar. Con la mano derecha se acomoda las gafas blancas. Luego con la misma
mano se amolda el cuello de la camisa celeste Ralph Lauren que trae
puesta. Seguidamente con las dos manos se toma el cinturón y se alza el
pantalón azul. Se lleva ligeramente la mano derecha hacia atrás y se reacomoda
la camisa. Con movimientos de cabeza reprueba el comportamiento de la multitud.
Pico Sauza, su secretario particular, le da una botella de agua y frituras. El
asunto se relaja porque la gente se concentra en la batalla sobre el balón.
IRRACIONAL
En una conducta antípoda a la regla política ciertamente
no establecida que es la prudencia, la discreción y la lejanía de la cosa
pública para no distraer ni entorpecer a las autoridades que le han relevado en
el poder, Salazar Mendiguchía despliega un activismo político inusual, sin
fuste, poco caballeroso porque si bien tiene derechos ciudadanos, se observa en
él un ánimo perverso de afilar y amarrar navajas, de desafiar, de provocar, de
pinchar y de estimular reacciones ásperas de la clase política que hoy detenta
la dirección de gobierno..
El que busca encuentra, es cierto. Salazar se afianza en
la doctrina jurídica de que una persona no puede ser juzgada por un mismo
delito, pero no desconoce que el Código Penal es bastante amplio y rico en
lecciones jurisprudenciales como para mandar a prisión a cualquier vándalo que
incite el desgobierno y la paz social en Chiapas.
El sábado 3 de agosto en San Cristóbal al menos seis
centenas de personas aprovechó la coyuntura para encarar a Salazar. Son
damnificados del huracán Stan que a finales de octubre de 2005 azotó la Costa y
Sierra de Chiapas dejando en el desamparo a miles de familias y matando a un
número no cuantificado de coterráneos. Por omisión, Salazar es responsable de
la tragedia.
Salazar, el mesías que ahora lanza enjundiosos discursos
a sus seguidores paganos e ilotas, no idiotas, es el principal sospechoso del
maga fraude cometido con los dineros que mandó la Federación para recomponer la
región devastada por el meteoro.
Son
once mil millones de pesos más el millón de dólares que donó el actor Meil
Gibbson que siguen en el centro de la discusión y que en la cárcel o fuera de
ella, serán un estigma que manchará siempre al ex gobernador. Lo de Stan y lo
de los bebecidios en Comitan no se olvidan. Cómo olvidarlo.
Carlos Tapia Ramírez conoció la rabia salazariana el 3 de
agosto en San Cristóbal. Tapia encabezaba a los afectados de Stan. Él es uno de
ellos. Gorilas al servicio de Salazar, como los que llevó al estadio en el
partido de Jaguares y Guadalajara, se fueron encima del luchador social y lo
tundieron a golpes. Tapia corrió desesperado para salvar la vida. En esa fuga
el pantalón se le despeñó dejando al descubierto una sexi trusa roja que ese
día cubría sus partes íntimas.
No
hay antecedentes a la mano de que un ex gobernador se haya involucrado
desafiante en el escenario de sus sucesores. El general Castellanos fue
relevado por Don José Patrocinio González Garrido y se dedicó al cuidado de su
familia y a apapachar a sus nietos y a la muy querida y recordada Elsy
Herrerías, su difunta esposa. Uno de sus descendientes, Absalón Castellanos Rodríguez,
de 29 años de edad, en día hace pinitos en la política. Don José al dejar el
poder se fue a Dubái y radicó en la ciudad de México. Raras veces vino a
Chiapas.
Eduardo
Robledo Rincón estuvo ausente de Chiapas al ser sustituido en el gobierno estatal.
Roberto Albores se refugió en su casa de Comitán y también se entregó a su
familia y a la formación de sus hijos, destacando su primogénito Roberto, el
actual Senador que muy bien aprendió la buena política del padre.
¿Qué busca Salazar
Mendiguchía con ese retador exhibicionismo? Que venga lo que tenga que venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario