• Rafael Guirao Aguilar, el político que habla con los dioses…
Húbert Ochoa
De
pronto la prensa local y las redes sociales empezaron a inundarse con la imagen
de un hombre regordete, de cabello espeso lacio, cachetes chapeados y mirada
provocativa. Un@s dicen que hasta excitante. Aparece sembrando un arbolito,
rodeado de algunas decenas de niños, abrazando viejecitas menesterosas que
posan para la foto con insólita suspicacia, con cara de asombro como
preguntándose “y qué onda con este tipo”.
Él,
Rafael Guirao Aguilar, siempre luce sonriente haciendo la V de la victoria con
los dedos índice y medio de la mano derecha o la clásica señal de los
triunfadores con el pulgar en lo alto. Su peregrinar por todo el estado
contrasta con su responsabilidad de alcalde electo para el trienio 2012-2015 en
Chilón, un municipio enclavado en la zona norte de Chiapas contaminado de una
violencia histórica que ha enfrentado a las familias, lacerado la paz social,
alimentado el odio y llenado de cruces el camposanto.
Al señor Guirao le llaman candil de la calle y oscuridad de su casa. El dicho no es por una mera chuscada tratando de manchar su imagen porque su pasado se ha encargado de hacerlo. Es porque Guirao puede estar en Tuxtla develando una placa en los maderos en que se convirtió la añorada Pochota, en Tapachula o en la Concordia, pero jamás en Chilón a pesar de que allí, a la par del rencor entre los nativos, existen múltiples y muy marcadas carencias que si bien no son de ahora, sí es responsabilidad de la autoridad local atenderlas para irlas zanjando poco a poco. Una de esas carencias es la del agua potable por la que los tzeltales son capaces de matar o dar la vida.
Alguien
le jugó la cabeza a Guirao Aguilar. Como corcel desatado en el hándicap, un
hándicap muy tierno, prematuro, empezó una agresiva campaña mediática que
consiste en comprar espacios en los principales diarios del estado, en cadenas
radiofónicas y ha montado un equipo que se encarga de posicionarlo en el
Facebook y en twitter en donde desde la mañana y hasta entrada la noche de
todos los días se leen comentarios, noticias y eventos suyos fabricados para
magnificarlo cuando, en realidad, su capital político y social es bastante
famélico. Muy pobre como su honestidad de político.
Primero su idea iba dirigida a una
diputación federal. Hoy su aspiración va más allá. Ha dicho, dicen sus
cercanos, que la diputación ya le queda chica porque sus tamaños dan para más:
buscará la gubernatura en 2018 y será gobernador.
Quien
chamaqueó
a Guirao no midió las consecuencias de su acto ocurrente, guasón y hasta
atrevido. Por un lado enloqueció a un
individuo montaraz e hipócrita, y por otro allanó el camino a la corrupción
porque el presupuesto destinado para la obra social de Chilón se emplea
precisamente para pagar la millonaria empresa publicitaria del soñador
personaje.
El miércoles 24 de abril cerca de las
once de la noche fue asesinado de cinco tiros Juan Vázquez Guzmán a las puertas
de su casa en la comunidad San Sebastián Bachajón. Su crimen conmocionó a toda
la zona porque Vázquez estaba identificado como un activista social ligado al
zapatismo. Sus verdugos huyeron en una camioneta roja perdiéndose en la
clandestinidad que ampara la oscuridad.
El asesinato encendió los ánimos.
Cuando familiares y habitantes de la comunidad buscaron al alcalde Guirao
Aguilar como autoridad del municipio no lo hallaron. Desde muchos días antes
del atentado mortal a Juan Vázquez, el alcalde Guirao había abandonado el
municipio y de él sólo quedan algunos gallardetes con su rostro que cuelgan en
los escasos postes de luz o las leyendas
en paredes en donde en campaña Guirao decía
“mi compromiso es con Chilón”.
En Chilón hay 490 localidades, todas en
pobreza extrema. El hambre es dolorosa. Ver a los niños enfermar gravemente de
padecimientos curables como la diarrea es punzante, hiere, indigna, porque su
dolor y la pobreza en que sobreviven
chocan majaderamente con la excentricidad y el buen gusto para la comida del
alcalde Guirao, que cobra como tal pero no trabaja como tal.
La electrificación que falta en el
municipio quizá no es tan necesaria. Lo que el pueblo quiere es comida, pan.
Están aislados porque no hay caminos. No hay agua potable porque la autoridad
encargada de promover esas obras para los habitantes está ocupada en impulsar
sus bonos rumbo al 2018. A él, a Guirao, no le preocupa el hambre de quienes lo
eligieron alcalde porque, en cambio, él está rechoncho, muy saludable y hasta
en sobrepeso. Él come con cargo al erario de Chilón los mejores cortes en los
restaurantes más caros de Tuxtla; sus paisanos indígenas comen verdolaga,
rábanos y repollos que ellos mismos cosechan.
Chilón está considerado en los 400
municipios que abarca la cruzada nacional contra el hambre que ha emprendido el
gobierno federal destinando 10 mil 300 millones de pesos. Eso y la atención que
reciben directamente del gobernador Manuel Velasco Coello es lo que mengua el
desconsuelo en las familias nativas y abre las esperanzas de que su situación
cambie y que la paz ya no sea la de los sepulcros, sino una paz efectiva en la
que puedan convivir todos civilizadamente.
Hace poco (junio) Guirao estuvo en una ceremonia esotérica en
Salto de Agua. Participó en rituales y danzas a los antepasados “y al abuelo,
el fuego”. Se dio un baño espiritual. Lo ramearon con hojas de albahaca y lo rociaron
de agua bendita y luego de loción verde. Le pasaron huevos de gallina negra y
de chompipi en el cuerpo. Hizo meditación.
48
horas después de estar en esa liturgia, Guirao reveló lo que los chiapanecos no
sabíamos: porqué es el indicado para ser gobernador en 2018. Lo dijo sin
frivolidades: “Los dioses mayas me han hablado”.
Húbert Ochoa
De pronto la prensa local y las redes sociales empezaron a inundarse con la imagen de un hombre regordete, de cabello espeso lacio, cachetes chapeados y mirada provocativa. Un@s dicen que hasta excitante. Aparece sembrando un arbolito, rodeado de algunas decenas de niños, abrazando viejecitas menesterosas que posan para la foto con insólita suspicacia, con cara de asombro como preguntándose “y qué onda con este tipo”.
Al señor Guirao le llaman candil de la calle y oscuridad de su casa. El dicho no es por una mera chuscada tratando de manchar su imagen porque su pasado se ha encargado de hacerlo. Es porque Guirao puede estar en Tuxtla develando una placa en los maderos en que se convirtió la añorada Pochota, en Tapachula o en la Concordia, pero jamás en Chilón a pesar de que allí, a la par del rencor entre los nativos, existen múltiples y muy marcadas carencias que si bien no son de ahora, sí es responsabilidad de la autoridad local atenderlas para irlas zanjando poco a poco. Una de esas carencias es la del agua potable por la que los tzeltales son capaces de matar o dar la vida.
Alguien le jugó la cabeza a Guirao Aguilar. Como corcel desatado en el hándicap, un hándicap muy tierno, prematuro, empezó una agresiva campaña mediática que consiste en comprar espacios en los principales diarios del estado, en cadenas radiofónicas y ha montado un equipo que se encarga de posicionarlo en el Facebook y en twitter en donde desde la mañana y hasta entrada la noche de todos los días se leen comentarios, noticias y eventos suyos fabricados para magnificarlo cuando, en realidad, su capital político y social es bastante famélico. Muy pobre como su honestidad de político.
Primero su idea iba dirigida a una diputación federal. Hoy su aspiración va más allá. Ha dicho, dicen sus cercanos, que la diputación ya le queda chica porque sus tamaños dan para más: buscará la gubernatura en 2018 y será gobernador.
Quien chamaqueó a Guirao no midió las consecuencias de su acto ocurrente, guasón y hasta atrevido. Por un lado enloqueció a un individuo montaraz e hipócrita, y por otro allanó el camino a la corrupción porque el presupuesto destinado para la obra social de Chilón se emplea precisamente para pagar la millonaria empresa publicitaria del soñador personaje.
El miércoles 24 de abril cerca de las once de la noche fue asesinado de cinco tiros Juan Vázquez Guzmán a las puertas de su casa en la comunidad San Sebastián Bachajón. Su crimen conmocionó a toda la zona porque Vázquez estaba identificado como un activista social ligado al zapatismo. Sus verdugos huyeron en una camioneta roja perdiéndose en la clandestinidad que ampara la oscuridad.
El asesinato encendió los ánimos. Cuando familiares y habitantes de la comunidad buscaron al alcalde Guirao Aguilar como autoridad del municipio no lo hallaron. Desde muchos días antes del atentado mortal a Juan Vázquez, el alcalde Guirao había abandonado el municipio y de él sólo quedan algunos gallardetes con su rostro que cuelgan en los escasos postes de luz o las leyendas en paredes en donde en campaña Guirao decía “mi compromiso es con Chilón”.
En Chilón hay 490 localidades, todas en pobreza extrema. El hambre es dolorosa. Ver a los niños enfermar gravemente de padecimientos curables como la diarrea es punzante, hiere, indigna, porque su dolor y la pobreza en que sobreviven chocan majaderamente con la excentricidad y el buen gusto para la comida del alcalde Guirao, que cobra como tal pero no trabaja como tal.
La electrificación que falta en el municipio quizá no es tan necesaria. Lo que el pueblo quiere es comida, pan. Están aislados porque no hay caminos. No hay agua potable porque la autoridad encargada de promover esas obras para los habitantes está ocupada en impulsar sus bonos rumbo al 2018. A él, a Guirao, no le preocupa el hambre de quienes lo eligieron alcalde porque, en cambio, él está rechoncho, muy saludable y hasta en sobrepeso. Él come con cargo al erario de Chilón los mejores cortes en los restaurantes más caros de Tuxtla; sus paisanos indígenas comen verdolaga, rábanos y repollos que ellos mismos cosechan.
Chilón está considerado en los 400 municipios que abarca la cruzada nacional contra el hambre que ha emprendido el gobierno federal destinando 10 mil 300 millones de pesos. Eso y la atención que reciben directamente del gobernador Manuel Velasco Coello es lo que mengua el desconsuelo en las familias nativas y abre las esperanzas de que su situación cambie y que la paz ya no sea la de los sepulcros, sino una paz efectiva en la que puedan convivir todos civilizadamente.
Hace poco (junio) Guirao estuvo en una ceremonia esotérica en Salto de Agua. Participó en rituales y danzas a los antepasados “y al abuelo, el fuego”. Se dio un baño espiritual. Lo ramearon con hojas de albahaca y lo rociaron de agua bendita y luego de loción verde. Le pasaron huevos de gallina negra y de chompipi en el cuerpo. Hizo meditación.
48 horas después de estar en esa liturgia, Guirao reveló lo que los chiapanecos no sabíamos: porqué es el indicado para ser gobernador en 2018. Lo dijo sin frivolidades: “Los dioses mayas me han hablado”.
CÁRCEL
Recientemente
la ciudad fue desquiciada por
transportistas de una fracción ligada a la CTM manipulada por María de Jesús
Olvera Mejía, originaria del estado de Hidalgo quien vino a Chiapas con ropaje
de Eva, es decir, con una mano atrás
y otra adelante pero aquí, mediante presuntos actos de corrupción, empieza a construir
un emporio de riqueza.
En
el fondo de ese “paro amigo” como lo llamó Olvera hay turbios intereses. Se trata
de una pugna por el control de las concesiones, de liderazgos putrefactos
movidos por la ambición del poder y del dinero. Olvera y Felipe Mimiaga Méndez,
pájaro de cuentas, mantienen una alianza que sostiene refriega sin cuartel con
Bersaín Miranda Borraz y Octavio Orantes Pastrana, grupo que también por mucho
tiempo ha hecho negocios sospechosos con
el transporte agazapado por años en la
esquilmada CTM.
El
secretario de gobierno Lalo Ramírez Aguilar, hombre de probada rectitud en el
gabinete mavequista, un alfaquí del
Derecho, dijo recientemente que no se permitirán bloqueos ni ningún tipo de
atentado contra la paz de los
gobernados. Y le creemos.
Así que la sociedad pronto espera una
indagación a los miembros de esta horda de charlatanes y vividores de la
política cuyo lugar está en la cárcel. El reparto de concesiones fue en otros
tiempos una industria que generó ganancias millonarias a los pulpos del
transporte y a funcionarios de administraciones pasadas, sobre todo en las de
Pablo Salazar Mendiguchía y en el sexenio 2006-2012, lo que se conoce como la
docena trágica.
CÁRCEL
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