jueves, 31 de octubre de 2013

EL ALÍ BABAR Y SU CLIENTELA

    
   
  Dr. Antonio Cruz Coutiño/Areópago

     Como bien dice el refrán: “No hay fecha que no se cumpla, ni plazo que no se venza”. Es el caso del restaurant, aunque más bien cantina Alí Babar, propiedad del buen Pepe Casaab, ubicada sobre la Tercera Norte Poniente 1021, casi esquina con Cuarta Poniente. Aunque es uno de los bares más prestigiados del Tuxtla contemporáneo, no había encontrado el pretexto suficiente para escribir estas líneas sobre él. A pesar de que por fortuna, aquí expenden las cervezas de mi querencia y particular paladar, las de la línea Cuahutémoc-Moctezuma. En especial mis bohemias, la típica y de antaño, ahora llamada “clara” o “tradicional”, y la nueva algo más obscura y espesa, de sabor robusto… para recordar a las europeas.

      Bar-bar, Alí-ba-bar que aunque en su rótulo anuncia Restaurant-bar Familiar… obviamente no es un lugar para niños, sino un sitio de distracciones para los adultos, ludoteca de los mayores, pantallas de box y fútbol… sesteadero y centro de recarga de nuestras baterías. Nada qué ver con la ficción de Alí Babá, el personaje de Las mil y una noches, y mucho menos la historia de sus cuarenta ladrones. No, no. Es uno de los templos más respetados de Baco y Atenea en la ciudad. Uno de sus abrevaderos típicos, aunque en cierto modo, adoptado especialmente por los tuxtlecos y tuxtlecas del centro: comerciantes, gente de la iniciativa privada, abogados, notarios, arquitectos, políticos y más de algún profesor o profesora universitaria.
    Pues bien, estoy ahora con el buen Marco Antonio Besares aquí, el mismo de la universidad y sus dos carreras, el de las procuradurías y los asuntos agrarios, el de La Chacona y La Rial, el de las notarías y la promoción cultural; el amigo de esos tiempos y los de ahora, del mismo modo como siempre. Ambientados con las helodias y las botanas ricas, la marimba y la conversa, la rememoración y el deleite, y hasta con la truculencia y la maquinación… naturalmente, entre las y los amigos entrañables. Con los compas de la Tabla Rasa, por ejemplo, ahora convertidos en Tabla Rosa; con Florentino y Abel Besares, Juanjo Lara y Adelín Díaz, con Tere Argüello y Mabe Mendoza, con mis cuncas Pedro Ramírez y Mario Robles, con el buen Lolo Coutiño y compas de la Facultad de Humanidades, con mi maestro Apolinar Olivas y el siempre amigo Chelís Cruz Estudillo. Digo, por poner modelos entrañables.     Quedamos entonces, de vernos aquí. “A las dos treinta pa’no interferir con los horarios laborales”. Marco deja atendidos a los clientes de su Notaría, mientras yo me despido de la lista de asistencia, de la sonrisa franca y los rostros siempre amables de Malena y Margarita, asistentes chingonas de la Facultad de Humanidades. Coincidimos con puntualidad en verdad extraordinaria, premiada sin embargo, por la recepción cálida del propio Pepe Casaab, hoy como nunca, sonriente, afeitado y limpio. Ataviado con su mejor guayabera e inmejorable sonrisa. Nos instalamos, aunque pronto hay que saludar, conversar con Matilo, nuestra Mariauxilio estrella, la fotógrafa de Chiapas, la de La Concordia y Los Cuxtepeques, la de los mil proyectos. Acompañada por algún escritor yucateco afable, a quien presenta, aunque hoy sólo recuerdo su rostro encarnado y su barba hirsuta.
      Descomponemos el rompecabezas del cosmos y lo volvemos a armar. Vamos a los hoyancos de Tuxtla, a las carreteras destrozadas, al Meco y al Colocho y a los gobernantes imberbes. Llegamos a las lideresas Dilma Rousseff y Ángela Mérkel. Pensamos el empoderamiento de China, los desplantes de Barack Obama y las argucias de Bashar al-Assad. Actualizamos la vida y milagros de hijos, hijas y algún entenado. Actualizamos nuestras hazañas personales. Reordenamos prioridades, distancias, tiempos, y... confiados en el incremento de la esperanza de vida de los mexicanos, decidimos que aún tenemos buena reserva de vida por delante, aunque… sabemos a pesar de ello, que se nos acaba el gas para transformar el mundo. Dos, casi tres horas de rememoración e inventario, imaginarios y delectación, para aterrizar en las certezas del lugar que pisamos:
      1. Que el Alí Babar es desde su fundación en 1990, sede del consulado libanés ad honoremen Tuxtla Gutiérrez.
      2. Que el Alí Babar destaca entre los bares y fondas del cuadrante centro-nor-occidental de la ciudad (muy próximo a La Casa de Ladrillos, El Papagayos, El Matador, el Restaurant-bar de la Tía Mechita, El Panalito, El London, antiguo bar súper-chingón, El Tiburón de Oro y hasta una sucursal del Pelucas).
      3. Que este abrevadero nos sobrevivirá sólo si Casaab tiene descendencias, aunque el dato se nos escurre de las manos.
    4. Que nos encantan sus platillos pequeños de a 30 pesos: caldo tlalpeño, tacos diminutos, cuadritos de queso-fresco, frijolitos refritos, tostadas en trozos triangulares, chicharrón de cáscara, rodajas de cebollas con chile blanco, patitas de cochi e incluso aceitunas envinagradas.
     5. Que incluso sus raciones de a 80 pesos son bienvenidas, pues entre ellas se encuentra el exquisito kerab o kebab (los pinchos o alambres de carne asada, al estilo de la antigua Persia y los países de Oriente Medio); la costilla de puerco asado, los camarones secos y un largo etcétera.
Pero ya es tarde amigos y nos vamos despidiendo. Varios asuntos quedan para el tintero de la memoria aunque más bien para la remembranza y la recordación. Hay materia para dos y hasta tres sesiones venideras. Vamos camino a la calle, aunque de pronto nos detiene la música de la marimba. Suena la pieza monumental de los chapines, objeto de la devoción de los demás centroamericanos —naturalmente, los chiapanecos entre ellos—, la festiva e inconfundible Ferrocarril de los Altos del maestro Domingo Betancourt (Quetzaltenango, 1906-1980).
      Y… ya para el último apretón de manos, picamos el orgullo del buen Pepe Casaab, pues desde hace tres o cuatro años, la marca Corona, la de las cervezas Modelo, le ha puesto competencia, justo frente a sus ojos. Una sala al ras de la calle con techo de concreto y mobiliario irreverente. Un par de camareras, música de cantina y un rótulo por demás escandaloso: El Merequetengue. Restaurant-bar.
—Nada de eso amigos míos —responde Pepe—. Este esperpento de la naturaleza, no es competencia para nadie, y mucho menos para su servidor. Mi clientela es exigente y del mejor paladar. Fresco, amplio, pantallas y marimba de la mejor… No, no. Ese tugurio nos hace lo que el viento a Juárez. Nuestros verdaderos clientes no son para ese lugar. Nadie de los de aquí es para esa porquería.

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