martes, 19 de noviembre de 2013

Un bebé muerto en mi auto: una historia verdadera


• El deceso de Corazón de Jesús desnuda la insensibilidad humana frente a la tragedia; si hubiera sido hijo de padres ricos, hasta la marimba le mandan

 

• Ese no es mi problema, me dijo un comandante de la Policía Municipal de Suchiapa; un vía crucis que no se le desea a nadie


       Rafael Camargo/Areópago.

      El sábado 09 de noviembre me levanté como siempre a correr como a las seis de la mañana. En la propiedad donde vivo le doy techo a una familia unos metros abajo, allí viven Mario y Vicenta, el ayudante de albañil. Procrearon cuatro hijos, además allí está la madre y la hermana de Mario.
      El 26 de junio del 2013 Mario y Vicenta procrearon a su cuarto hijo. Los señores son pobres; en ocasiones se les apoya con ropa y a veces hasta con alimentos. Dios quiso mandarles un niño diferente en esa fecha: desde que nació el bebé no conoció más que hospitales y doctores. Su madre dejó casi abandonados a sus otros tres hijo por vivir prácticamente en el hospital, ya que según le dijeron si no estaba allí todos los días, la acusarían de abandono de infante.
      Mario irresponsable salía a trabajar según él. No lo vi desde el mes de agosto por la propiedad; supe que andaba en las cantinas tomando cervezas y que con su bicicleta en estado de ebriedad había provocado daños a un vehículo, cuyo dueño le hizo pagar con trabajo físico.
     Siempre al salir a correr paso por la casa de la familia de Mario y Vicenta y doy buenos días. A mi regreso del 09 de noviembre a las 7:15 am, me encontré en plena carretera a Vicenta, que echa un mar de lágrimas solo alcanzaba a decir mi bebé, mi bebé. Vicenta intentaba llegar a casa de su hermana Lulú, quien vive a unos quinientos metros de ahí, pero coincidentemente su hermana había escuchado los gritos y corrió a su alcance.
      De repente Lulú le zampó tremenda cachetada a Vicenta, a fin de que saliera del trauma y efectivamente dio resultado. Yo salí corriendo hacia la habitación a encontrarme con Corazón de Jesús (+) así le pusimos, porque aunque no me lo crean aun no tenia nombre.
Encontré el pequeño cuerpecito de 65 cms de largo sobre la cama envuelto en las sábanas como si fuera su mortaja; aun estaba tibio y tenía los ojos abiertos. El rigor mortis ya comenzaba a hacer efecto. Oré por él un padre nuestro y un ave maría, y luego le puse una cruz sobre su frente, pidiéndole a Dios que lo tuviera a su lado.
       Corazón de Jesús tenía hidrocefalia y espina bífida. Aun así su madre lucho por él durante muchos meses, como solo una madre lo sabe hacer, pero ese día Dios lo llamó a su lado, y en mi parecer fue lo mejor que pudo suceder.
       Los niños que no comprendían lo que pasaba tiraban de las sábanas del bebé si vida con fin de jugar con él. Por primera vez sentí miedo. Comprendí lo terrible que es la miseria y que no es cosa de dinero: es cosa del carácter, la educación y la fortaleza espiritual. Le di a la abuela alguna recomendaciones y diciéndole si necesitan algo hay me echan un grito.
       No bien había llegado a mi recámara cuando Lulú me alcanzó a la casa y me empezó a gritar por la ventana. No me había quitado la ropa deportiva y tenía el rastrillo en mano para quitarme la incipiente barba que todos los días por la mañana asoma por mi cara.
      ¡Ingeniero, ingeniero!, alcancé a escuchar. Me asomé por la ventana de la planta alta y Lulú me pregunto ¿Qué se puede hacer en este caso? Y ahí empezó el día. Como respuesta le dije llévenlo al centro de salud para que el médico les dé el certificado de defunción.
      ¿Sera que nos puede usted llevar? No dije nada. Me volví a poner la sudadera toda maloliente de los líquidos que retenía, bajé, calenté el coche, mientras Vicenta traía entre su pecho el cadáver de Corazón de Jesús. Nos dirigimos al centro de salud. Yo decía ahí tienen que atendernos.
      Prudentemente Lulú recogió de la casa de Vicenta todos los papeles que encontró en el camino. Pasé primero a poner combustible porque algo me dijo que habría que dar muchas vueltas.
      Llegamos al centro de salud de Suchiapa. Eran la 8 am. Estaba hasta el tope de beneficiarias de oportunidades que llegan a consulta. Ahí me di cuenta de la falsedad que es eso de que vayan a la visita médica. Como pudimos y casi a golpe nos abrimos paso ante la multitud de mamás que quería adquirir el sello en su planilla, y adentro llamé a la enfermera que atendía a las beneficiarias y discretamente le dije: el bebé que traemos está muerto; quisiéramos que un doctor lo revisara y nos diera el certificado de defunción. 

 Fragmento del reportaje que se publica en la edición impresa número 538 de la revista Areópago, actualmente en circulación.

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