jueves, 20 de junio de 2013

Después del caso Granier, va la PGR tras los 50 ladrones del sexenio pasado




• Tiemblan ex funcionarios de la banda 
  de Nemesio Ponce Sánchez
• Hasta ahora no se dan a conocer resultados 
   de las auditorias
• Llevaban una vida anodina y se volvieron
   millonarios con dinero del pueblo

Húbert Ochoa/Areópago.

Yassir Vázquez Henández llevaba una vida anodina, de clase media, hasta que el poder tocó a su puerta cuando Juan Sabines Guerrero despunta su carrera política como diputado local. Siendo alcalde, Sabines colocó a Vázquez Hernández en una postura estratégica que le permitía tener contacto con la gente para así ir aplanando el camino rumbo a sus aspiraciones, sólo que éstas se truncaron abruptamente porque el poder intoxica tanto a los hombres que termina enloqueciéndolos.
 La cantina El Tubazo, ubicada sobre el lado norte poniente de la ciudad, es famosa por sus botanas. La oreja y la carraca son las más solicitadas que van generosamente adornadas de deliciosas rodajas de cebollas, tomate y aguacate. Es una cantina democrática porque pueden frecuentarla obreros, albañiles, carpinteros, los estafadores de incautos con el juego de la bolita, prostitutas, rateros, hasta maestros de la corriente democrática en día de quincena.
Héctor Darío, mesero decano de la célebre tasca, me dijo en una ocasión: Aquí venía Yassir. Se sentaba siempre en una mesa de aquella esquina y señala con el índice derecho el lugar preferido por el ex alcalde, cerca de la rocola. Ponía diez pesos de música en canciones de Los Tigres del Norte (le gustaba el jefe de jefes) y de Marco Antonio Solís la de tu cárcel. No se usted, pero quizá desde entonces Yassir Vázquez vislumbraba un final sombrío en su carrera pública después de saborear las mieles de la riqueza, a saber por su gusto marcado por esa melodía del señor Solís.
Yassir Vázquez pedía un plato mixto de oreja y carraca que comía  con cerveza sol. Al tubazo igualmente llegó varias veces Juan Sabines. Ambos, desde luego, eran simples terrenales. Sabines también visitaba con frecuencia el restaurantillo Los Limones, propiedad de Carlitos Hernández, localizado en la avenida central poniente, a unas cuadras del parque de la marimba, en donde ordenaba tacos al pastor y tomaba whiskys etiqueta roja.
 Debo aclarar que conocí a Héctor Darío para corroborar el dato que me dieron. Asistí al tubazo en compañía de un amigo médico y, en efecto, es un lugar en donde se mezcla el tufillo a micción, las mentadas de madre de los parroquianos, las carcajadas, el olor a costillas de cerdo fritas y el aroma del menjurje entre loción verde y albahaca, pero ciertamente allí se olvida por algunas horas las complicaciones de la existencia, sobre todo ahora que Chiapas atraviesa un problema económico que genera falta de circulante y lamentos en las familias.
En la colonia Las Palmas, en una esquina de la entrada principal, hay una cenaduría especializada en parrilladas y carne asada. Yassir Vázquez acudía sólo y, arrinconado en una mesa de la esquina, cenaba y bebía whisky etiqueta roja. Se le observaba ensimismado, con rostro de angustia. No sonreía y una noche conmovió a los meseros porque repentinamente se soltó en llanto. Nunca se supo porqué. Hablamos de su época de pelagatos, no en la que disfrutó el imperio.
El poder actúa como una droga en los individuos nescientes e insensatos. Creen que todo el tiempo van a tenerlo y cuando están en él le hacen daño al pueblo. Es una ironía absurda, enigmática, incomprensible, que en vez de servir con probidad y rectitud al ciudadano que con su voto los ha llevado al trono, terminan perjudicándolo con atrocidades y actos de corrupción, pues se creen reyes o dioses en la tierra con visa para la impunidad.
Las anécdotas ordinarias narradas en torno de Yassir Vázquez Hernández dibujan a la perfección un cambio brusco. Responsable del quebranto financiero en la comuna de Tuxtla Gutiérrez en donde heredó una deuda cercana a los mil millones de pesos, Vázquez ya no es por supuesto aquel sujeto mediocre que acudía a los tugurios y a los merenderos nocturnos, sino uno de los nuevos ricos de Tuxtla dueño presuntamente de propiedades en Cancún y Acapulco, con una chequera envidiable que usted y yo jamás podríamos alcanzar en toda una vida de trabajo.
En quince meses (contando el interinato de Felipe Granda Pastrana, que de vendedor de pantimedias pasó a primera autoridad de la ciudad por turbios arreglos de Nemesio Ponce Sánchez, el poderoso subsecretario de gobierno durante seis años), los impuestos de los tuxtrlecos sirvieron para pagar al menos once millones de pesos en viáticos, gasolina y telefonía celular del círculo de primera línea.
Quizá eso resulte una bicoca en comparación al millonario fraude que representó la obra que viva el centro, anunciado como el proyecto estelar del sexenio anterior y con el que habrían de inmortalizarse Sabines y Yassir Vázquez Hernández. Según las estimaciones, la inversión planeada de 400 millones de pesos se rebasó en mucho provocando un enorme boquete monetario que obligará al ayuntamiento actual a gestionar al menos 2 mil millones de pesos adicionales a su presupuesto, sólo en este año.
No obstante la exigencia colectiva de mandar a prisión al ex alcalde y a todos los implicados en ese gigantesco atraco, hasta ahora no se dan a conocer los resultados de las auditorias que conjeturalmente llevó a cabo el Órgano de Fiscalización Superior del Estado. Son al menos 86 empresas que, se dice, están sujetas a una indagación con lupa para determinar su grado de complicidad o exculpación en ese hecho que mantiene indignados a los tuxtlecos.
El sentido común concluye que la obra que viva el centro no sólo destruyó la capital y su imagen urbana con calles y avenidas que transitarlas a pie o en coche en día resulta un vía crucis, sino se trató del pretexto ubérrimo  para que una banda de ladrones se apropiara del erario público con singular hartazgo.
Hace seis meses se dijo a la ciudadanía que solo se esperaban los resultados de los peritajes para proceder penalmente y llevar al patíbulo a los involucrados. A finales de enero de 2013, en una gira por Tapachula, el procurador Racial López Salazar afirmó que “la impartición de la justicia es transparente y en el marco de la ley”.
-LOS 50 LADRONES-
El arraigo ordenado por la Procuraduría General de la República hacia el ex gobernador de Tabasco, Andrés Granier Melo, reavivó la confianza de la sociedad chiapaneca en la justicia. Fuentes confiables indican que el expediente que sigue es el de Chiapas, ya que el 7 de abril de 2013, la PGR dio entrada a la demanda presentada por el activista social Horacio Culebro Borrayas en contra de 50 funcionarios del sexenio 2006-2012, por los delitos de asociación delictuosa, delincuencia organizada, abuso de funciones, abuso de autoridad, entre otros.
Se cree que la PGR tiene ya varias averiguaciones previas para encarcelar a los envueltos en un peculado de 40 mil millones de pesos; es decir, Nemesio Ponce Sánchez, los hermanos Perkins Cardoso, Alejandro y Antonio Gamboa López, James Gómez Montes, ex secretario de salud, el propio Vázquez Hernández y otros en breve deben ser llevados tras las rejas.
No se sabe en donde se hallan los ex funcionarios bajo sospecha. Hay datos de que los dueños de algunas constructoras que tuvieron qué ver con la obra que viva el centro están escondidos en Estados Unidos. Al ex alcalde no se le ve en Tuxtla desde enero de 2013 y se ignora su paradero.
El penalista Horacio Culero Borrayas dice que es urgente calmar la sed de justicia de los chiapanecos, como parece ocurre en la tierra del edén. Pero no es suficiente, insiste Borrayas, en que los responsables del robo del siglo en Chiapas y de la asfixiante crisis económica que nos agobia, sean nada más llevados a la cárcel: también se les debe confiscar lo hurtado, pues eso pertenece al pueblo.

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